jueves, 31 de marzo de 2011


En este espacio incluiré textos de amigas y amigos que comparten conmigo el mismo amor, pasión y deslumbramiento por el fascinante mundo de las palabras.
A todos ellos, mi profundo agradecimiento por la valiosa colaboración que, sin duda, habrá de jerarquizar este blog.

Olga Zamboni

Rio mio

El domingo de tarde habían paseado en canoa, toda una aventura cuando se trataba de ir a contracorriente de ese Alto Paraná, crecido y sucio de erosionadas costas que desteñían su tradicional bermejo en un color indefinido. Como el de su sombrero de paja, el viejo sombrero de su madre: Lleválo, Estela, cuidado con el sol...
Fabulosos  carnavales les aguardaban, dentro de poco, baile en el Tenis, el primero de la serie prolongada hasta el “entierro del carnaval”, ya en la Semana Santa, a despecho de las admoniciones de las monjas en el colegio.
No había lugar a dudas. Eloy, el que remaba mejor que nadie, cada vez que se dirigía a ella tenía una inflexión especial. Era cosa del primer baile, declaración segura, eso le había dicho Mely, con menos años pero adelantada en cuestiones de amor y de hombres. Sí, m’ijita, ese está loquito por vos.
Habían remado hasta la isla. Sentados en un tronco tomaron mate mirando el río transparente, casi incoloro. La buena de Lulú había traído escones. Riquísimos. Comieron. Se rieron con los chistes de Lalo,  tan ocurrente.
                -Mirá Lalo, podemos venir esta noche hasta esas piedras para pescar…
Era Eloy, su voz bien timbrada, y al segundo su cuerpo atlético dando viracambotas en el aire antes de hundirse y emerger risueño  ¡matador! de ese Paraná decolorado que temblaba a pura correntada. Salió con el cuerpo chorreante.
         -Vamos, métanse, manga de miedosos…
Ella lo miraba y mientras daba mil vueltas a su sombrero en la mano pensaba. Es mi primer amor. Estoy segura de que me quiere.
         -Te voy a enseñar a nadar, nena. Dejalo por mi cuenta. Te aseguro que en una o dos veces aprendés y listo. Hasta te voy a enseñar a tirarte de cabeza.
Eran jóvenes. Tenían por delante las vacaciones. Lástima que ella debía ir a la Capital a arreglarse los dientes. En el pueblo no había dentista. ¡Qué rabia! Justo ahora que Eloy se le acercaba, como en ese momento en que le decía:
-¿Y te vas mañana nomás, Telita?
A ella le gustaba que la llamara así y no Estela a secas, no le gustaba su nombre, y el diminutivo sonaba tan cariñoso! Aunque, pensándolo bien, Eloy y Estela, Estela y Eloy, los dos con E… El le apretó el brazo y como en secreto:
                -Espero que vuelvas pronto.
           Ella no sabía cuánto podría tardar el arreglo de sus dientes. Qué fastidio.
-Cuidado con las “gavilanes” que andan por Posadas… Me voy a poner celoso.
Ella sentía la presión en su brazo al tiempo que palidecía y un fluido dulce le recorría las venas. No era buena con las palabras. Lo miró profundamente a los ojos, se adentró en ellos, tan sonrientes y claros, de un castaño diluido. Ella también sonrió.
                 -Cuando vuelva, quiero que me enseñes a nadar…
 A la madrugada, su padre la despertó. Les tocaba salir temprano, aprovechar el fresco y llegar a tiempo para hacer las gestiones que siempre debía hacer en Posadas.
                  -Vamos, Estela, que todavía tenemos que pasar a buscarlo a tu tío Renzo, se pone nervioso si tardamos.
             Cosa rara en esa época del año, una especie de niebla envolvía el camino.
   El tío Renzo ya los esperaba en la puerta de su casa. Subió al camión y lo primero que dijo a modo de saludo, apenas se acomodó:
   -Dicen que anoche se ahogó el Eloy Fretes. Fue a pescar al Paraná con un amigo y no saben qué le pasó. Era tan buen nadador. Lo están buscando, pobre muchacho…
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Olga-Zamboni


Olga Zamboni nació en Santa Ana y actualmente reside en Posadas, provincia de Misiones, Argentina.
Docente por vocación en todos los niveles, desde una escuela rural a la Universidad, donde tuvo a su cargo cátedras de Lenguas y Literaturas Clásicas. En 2003 fue designada miembro correspondiente de la Academia Argentina de Letras.
Ha publicado, entre otras, las siguientes obras: Veinte cuentos en busca de un paraguas (1997), Poesía: Latitudes (1980), Poemas de las Islas y de Tierrafirme (1986, Premio Cultura de la Nación a la producción literaria 1982-86), El Eterno masculino (1993), Veinte cuentos en busca de un paraguas (1997), Mitominas (2003, Premio Arandú 2004), Relatos sencillos (2005), Memorias Santaneras y otros viajes y encuentros (2009).
Participó en antologías de Argentina y Uruguay.
Premio Arandú consagración en letras en 1997. Libro de Oro de la SADE, Puerto Iguazú, 1996. Premio Cien Mujeres, Alicia Moreau de Justo.  

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