sábado, 19 de febrero de 2011

                                           
San Quintín
Revista de Narrativa - Edición Especial
San Nicolás de los Garza, N.L., México, 1997.
Cuento incluido: El refugio


Cantera Verde
Revista de arte, testimonios y literatura
Año 15, número 40
Oaxaca, México, julio-septiembre de 2003
Cuento incluido: El ordenanza

Panorama de las Américas
Abril de 2004
Revista oficial de la Copa Airlines
República de Panamá
Cuento incluido: Concierto para violín y orquesta Op. 61
Ilustraciones: Henry González
Panorama de las Américas
Febrero de 2005
Revista oficial de la Copa Airlines
República de Panamá
Cuento incluido: El hombre de negro
Ilustraciones: Henry González

Parnaso
Revista Bimestral de Literatura
Año 2, número 3
Perú, abril - mayo de 2006
Cuento incluido: El ordenanza


Parnaso
Revista Bimestral de Literatura
Año 2, número 4
Perú, julio - agosto de 2006
Cuento incluido: Centro de ayuda al suicida


Panorama de las Américas
Junio de 2009
Revista oficial de la Copa Airlines
República de Panamá
Cuento incluido: El recuerdo de Julieta bailando
y un acordeón repentinamente triste

Ilustraciones: Henry González

jueves, 17 de febrero de 2011




De orilla a orilla
Santa Fe, Ediciones Colmegna, 1972
Cuento incluido: Punto final


Cuentistas provinciales
Fondo Editorial de la Provincia de Santa Fe
Santa Fe, 1977
Cuento incluido: La mancha

Cuentos del concurso Gaspar L. Benavento
Edición de Revista Bibliograma
Buenos Aires, Argentina, 1977.
Cuento incluido: La visita del general





40 cuentos breves argentinos Siglo XX
Selección y notas biobibliográficas por
Fernando Sorrentino
Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1977
Cuento incluido: El ordenanza


Cuentistas argentinos
Selección Nacional
La Plata, Buenos Aires, Ramos Americana Editora, 1980.
Cuento incluido: El último Stradivarius
Selección de cuentos
Rotary Club Santa Fe
Adhesión centenario de Mateo Booz
Santa Fe, Argentina, Editorial Colmegna, 1981.
Cuento incluido: El refugio




Antología Literaria Regional Santafesina
Selección: Felipe Justo Cervera
y Graciela Frachia de Cocco
Santa Fe, Cuadernos La Región de 
Fundación Banco Bica, 1983
Cuentos incluidos: 
La visita del general  y  Antes de la caída

39 cuentos argentinos de vanguardia
Antólogo: Carlos Mastrángelo
Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1985
Cuento incluido: Rosa


Antología Literaria Regional Santafesina
Selección: Felipe Justo Cervera
y Graciela Frachia de Cocco
Santa Fe, Cuadernos La Región de 
Fundación Banco Bica, 1985
Cuentos incluidos: 
La visita del general  y  Antes de la caída



Nosotros contamos cuentos
Coordinador: Fernando Sorrentino
Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1987
Cuento incluido: Prueba de hombre


Santa Fe en la literatura
Selección: Felipe Justo Cervera,
Graciela Frachia. de Cocco y Elda María Paván
Santa Fe, Ediciones Sistemas de Apoyo Educativo, 1989
Cuento incluido: Antes de la caída


Cuéntame: lecturas interactivas
Selección: Marta Rosso-O'Laughlin,
Beatriz F. Iffland y Dora Vázquez Older
Medford, EE. UU., Editorial Holt,
Rinehart and Winston, Inc., 1990
Cuento incluido: Rosa


Vº centenario del descubrimiento de América
Poetas, narradores y ensayistas premiados
Rosario, Sociedad Mutual Empleados Públicos
2ª Circunscripción, 1992
Cuento incluido: El prisionero


Antología Cultural del Litoral Argentino
Edición de Eugenio Castelli
Buenos Aires, Ediciones Nuevo Siglo, 1995
Cuento incluido: Antes de la caída


Anuario Argenta de Poesía y Cuento Breve
Buenos Aires, Editorial Argenta Sarlep S.A., 1996
Cuento incluido: El cuarto prohibido


Narradores argentinos
Xalapa, México, Edición Revista 
Cultura de Veracruz, noviembre de 1998
Cuento incluido: Prueba de hombre


Avanzando: gramática española y lectura
Selección: Sara Lequerica de la Vega y Carmen Salazar
New York, EE. UU., Editorial John Wiley & Sons,
4ª Edición, 1998
Cuento incluido: Rosa


Palabras rafaelinas
Rafaela, Escritores Rafaelinos Agrupados, 1998
Cuento incluido: Concierto para violín y orquesta Op. 61

                                                          
Palabrabierta
Antología Literaria
Buenos Aires, Aique Grupo Editor S.A., 2000
Cuento incluido: Concierto para violín y orquesta Op. 61


Leer, especular, comunicar
Selección: Manuel Frutos-Pérez & Kathryn Aldridge-Morris
Sandy, Beds, Reino Unido, Advance Materials, 2002
Cuento incluido: El acecho


Prentice Hall
Realidades 3
New Jersey, EE. UU., Pearson Education, Inc., 2004
Cuento incluido: Rosa


Primer Encuentro de Narrativa
Bialet Massé - Nacional
Bialet Massé, Córdoba, 2005
Cuento incluido: El recuerdo de Julieta bailando y
un acordeón repentinamente triste


Leer la Argentina
Compiladores: Graciela Bialet y Mempo Giardinelli
Buenos Aires, Ministerio de Educación, Ciencia y
Tecnología, Presidencia de la Nación, 2005
Incluido: un fragmento de la novela
Territorio de sombras y esplendor


Cultura y literatura
¡Exprésate! Holt Spanish
Austin, Texas, EE. UU., Editorial Holt,
Rinehart and Winston, Inc., 2006
Cuento incluido: Rosa


Antología 4
Coordinador: Carlos O. Antognazzi
Santo Tomé, Ediciones Tauro, 2007
Texto incluido: La cocina del escritor

lunes, 14 de febrero de 2011

Concierto para violín y orquesta Op. 61

            Primero fue un dolor indefinido en el pecho; después, un cosquilleo en el fondo de la garganta; por último, el estallido de una tos seca y perentoria.
            Entonces permaneció inmóvil, hundido en el asiento como si fuera una barrera protectora, paseando los ojos en torno, tímidamente y con temor, a la búsqueda de algún signo de alarma o reconvención en los demás; pero, al parecer, no habían reparado en eso, pues todos se encontraban cómodamente arrellanados en sus butacas, la mirada clavada en el escenario, los rostros imperturbables, denotando una profunda concentración en cada nota del concierto.
            El alivio no se prolongó demasiado. Cuando de nuevo se vio sacudido por una furiosa catarata, percibió detrás de él una voz malhumorada ordenándole silencio. Se limitó a realizar un gesto con la mano en señal de disculpa y luego, en una denodada lucha contra el tiempo, comprendió que debía hacer algo antes de que sobreviniera el próximo ataque de tos. Ya no era suficiente el pañuelo, ni esperar la ayuda del impetuoso tronar de la orquesta. Sin duda lo mejor era retirarse de la sala; pero el hecho de levantarse, cruzar entre las numerosas piernas extendidas, convertirse en una figura que obstaculizara la visión del escenario, lo hizo desistir de inmediato. La certeza de hallarse apresado  en el asiento resultaba una experiencia inédita, que de pronto lo sumió en un estado de intranquilidad, angustia y hasta miedo; por eso, poco a poco, fue perdiendo toda atención en el desarrollo del concierto y solamente quedó pendiente de la ineludible invasión de la tos.
            Y cuando por fin ocurrió, como único acto de defensa, se inclinó hacia adelante mordiendo el pañuelo. Permaneció así, el rostro apoyado en las rodillas, procurando atenuar cualquier sonido, hasta que la convulsión de su pecho fue desplazada por una dosis de malestar y agotamiento.
            -Señor, sírvase uno.
            Levantó la cabeza,  algo sorprendido por el ruido del papel rasgado con cierta violencia y la voz de la mujer, suave y cordial. Observó el rostro sonriente, la mano tendida, el tentador paquete de caramelos.
            -Tiene la garganta muy seca. Un caramelo lo aliviará. Pruebe.
            -Vamos, amigo -intervino el hombre que estaba sentado a su lado-. La señorita tiene razón. No puede seguir así  toda la noche.
            -Está bien -debió admitir que podía ser una buena solución; con cuidado, tratando de evitar el estridente roce del papel, tomó un caramelo-. Gracias.
         -¿Me permite, señorita? -exclamó un joven sentado en la butaca de atrás, interponiéndose entre la mujer y él-. Yo también siento una molestia en la garganta. El cigarrillo, sabe.
            -Por supuesto. Sírvase. Y usted,  ¿gusta uno?
            Amablemente dispuesta, ella se dio vuelta y ofreció el paquete de caramelos a las otras personas, que enseguida se mostraron ávidas y jubilosas, como si hubieran descubierto la fuente de una nueva y fascinante diversión.
            -Oh, es usted muy atenta.
            -¡Qué suerte! Yo me olvidé de comprar.
            -De chocolate, como me gustan a mí. Gracias, señorita.
            No pudo comprender, creyó debatirse en un sueño absurdo y tumultuoso. De repente, el inusitado esfuerzo que había realizado durante largos minutos para ahogar la tos, se tornaba completamente estéril, sin ningún sentido ante la algarabía que fue creciendo más y más. Ya nadie pareció preocuparse por guardar silencio. Como en una especie de contagio colectivo, los accesos de tos, sin disimulo, surgieron en diversos puntos. Numerosos paquetes de caramelos se abrieron con impaciencia; el rumor de las voces, chillonas y confusas, empezó a cubrir el ámbito. Sintió el deseo de protestar, de exigir una cuota de mesura y decoro.
            Pero, al dirigir la mirada hacia el escenario, supo que ya era tarde e inútil. La orquesta había dejado de tocar. Los músicos, inmóviles, sostenían los instrumentos en una postura ausente. Le costó aceptar que hubiera concluido el concierto y atribuyó semejante actitud a una muestra de fastidio y reprobación. No obstante, todo adquirió un carácter  fantásticamente increíble al observar que el director se hallaba de frente a la platea, con un aire algo desafiante, como si quisiera ejercer un dominio absoluto.
            Porque fijamente erguido, el rostro grave y absorto, la mano derecha esgrimiendo la batuta con asombrosa habilidad, trató de imponer el ritmo adecuado al concierto de toses, papeles destrozados y charla bulliciosa que colmaba poderosamente la sala.

Rosa

            -¡Hoy es el día! -el tono de Rosa expresó cierta zozobra, la sensación de una derrota ineludible-. ¿Por qué habrán dispuesto eso?
       -Nadie lo sabe, querida -se limitó a responder Betty.
     -Así es.  Son órdenes superiores -Carmen pareció resignada ante esa certeza-.  Simplemente debemos obedecer.
       Aunque la explicación resultaba clara y sencilla, no logró conformar a Rosa.  Ya nada le serviría de consuelo.  Ahora sólo deseaba sublevarse, manifestar abiertamente la indignación que la dominaba sin piedad desde hacía una semana, cuando le comunicaron la orden  increíble de sacarla de allí.
       -¡No quiero separarme de ustedes! -ahora su voz tuvo el carácter de un ruego angustioso-. ¡No puedo aceptarlo!
        -Nosotras tampoco lo deseamos, Rosa.
       -Posiblemente te trasladen a un sitio más importante -exclamó Carmen dulcemente, tratando de alentarla-.  Tus antecedentes son extraordinarios.  Sin duda los han tenido en cuenta para esa resolución.
            -Por supuesto  -confirmó Betty-.  ¿Adónde te gustaría trabajar ahora?         
          Se produjo un largo silencio;  embargada  por la duda, Rosa demoró  una  respuesta concreta, como si aún no hubiera contemplado esa posibilidad.
            -No lo sé. No tengo ambiciones.  Me agrada  estar aquí.           
            -Pero ya permaneciste mucho tiempo, ¿no te parece?  
           -Tal vez sí. ¡Cuarenta y tres años! -la pesadumbre de Rosa se transformó de pronto en una ráfaga de orgullo-.  Fui la primera que empezó a trabajar en el Control de Datos Generales. Siempre me encargaron las tareas más complicadas. Nunca tuve una falla, nadie me ha hecho una corrección.
            -Lo sabemos, Rosa.
            -¡Una trayectoria realmente admirable!
           -Por eso querrán trasladarte. Necesitarán tus servicios en otra  parte. Quizá te lleven  al Centro Nacional de Comunicaciones.              
           Las  palabras  de  Betty   reflejaron  un  vibrante  entusiasmo,   casi tuvieron una mágica sonoridad. Trabajar en  ese lugar constituía un hermoso, envidiable privilegio.  A pesar de ser un anhelo común,  tácitamente comprendían que eran remotas las posibilidades de concretarlo, como si debieran recorrer un camino erizado de insuperables escollos. Preferían, tal vez para evitar una amarga decepción, descartar la esperanza de ser elegidas.
          -A cualquiera le gustaría estar allí -admitió Rosa sin énfasis-.  Pero creo que ya soy demasiado vieja.
           -Precisamente por eso te habrán elegido -dijo Betty con fervor-. Para trabajar allí se necesita tener mucha experiencia.
           -Las cosas están cambiando, Rosa -confirmó Carmen-.  Todo se presenta bajo un aspecto nuevo, casi sorprendente.  Es un proceso de reestructuración.  Ellos parecen decididos a dar a cada cosa el lugar que le corresponde.  Sin duda comprendieron que era hora de darte una merecida recompensa.
     -Quizá tengan razón -dijo Rosa modestamente-.. Cuarenta y tres años de eficiente labor tienen un gran significado.  Aunque nunca me interesó recibir un premio.  Simplemente me limité a trabajar de la mejor manera.
     -Siempre serás un ejemplo para nosotras, Rosa.
     -Nadie será capaz de reemplazarte.  Estamos seguras.
     -Sin embargo desearía saber a quién pondrán en mi lugar.
     Las palabras de Rosa quedaron de repente superadas por el agudo repiquetear de unos pasos cada vez más cercanos; entonces, algo sobresaltadas  por esa señal que parecía anunciar una grave amenaza, las tres permanecieron a la expectativa.
            -¡Allí vienen!
     -Sí -Rosa no se preocupó en disimular su consternación-. ¡Ha llegado el momento!
     Carmen y Betty se vieron contagiadas por ese estado de ánimo; después, con forzada exaltación, sólo pudieron decir a modo de despedida:         
     -¡Mucha suerte en tu nuevo trabajo, Rosa!



          La puerta se abrió bruscamente y cuatro hombres jóvenes, de cuerpos esbeltos y vigorosos, penetraron en el amplio recinto donde se amontonaban diversas máquinas y pantallas  que las luces incandescentes les conferían un aspecto pulcro, reluciente, casi de implacable frialdad.
              -¿Cuál es?  -preguntó  uno de ellos.
            El  Suplente   deslizó   lentamente    la   vista  a   su   alrededor,  en una especie de  reconocimiento, hasta que tendió una mano.
               -Aquélla.  Se la conoce  con el nombre de Rosa.
              Los tres hombres se dirigieron con pasos firmes y decididos hacia la computadora de mayor tamaño, cuyo material se notaba algo deteriorado por el uso y los años.
               -¿La llevamos al lugar de costumbre?
               -Sí. La Cámara de Aniquilación.
               -Está bien.
               Mientras  los   hombres   llevaban  la  vieja  y pesada computadora, el  Suplente fue a ocupar su puesto.  Entonces no pudo evitar una franca sonrisa de seguridad, de absoluto triunfo al comprender que ya estaba a punto de finalizar la Era de las Máquinas.