martes, 19 de julio de 2011

En este espacio incluiré textos de amigas y amigos que comparten conmigo el mismo amor, pasión y deslumbramiento por el fascinante mundo de las palabras.
A todos ellos, mi profundo agradecimiento por la valiosa colaboración que, sin duda, habrá de jerarquizar este blog.

María Irma Betzel

Espejos


                                                          ¡Ea, pues que soy mi sombra!
                                                          La sombra de mi sombra.

                                                                                                 María Inés Tiscornia

        A  Maruja le emocionó la noticia de que había llegado  un nuevo parque de diversiones al pueblo. Decían que éste era exclusivo, que nunca se vio uno así por esos lares y que ofrecía diversiones diferentes a las de los otros  que solo tenían  algunos pocos juegos aburridos.
     Aquel domingo Maruja se acicaló  para la importante ocasión y como nadie quiso acompañarla se fue sola hacia las afueras del pueblo, guiada por el  sonido  de  extrañas melodías con tañido de campanas  que venían del lugar donde se instaló el parque.
     Al llegar se dio cuenta de que era la única visitante del lugar. “Seguramente es temprano aún”,  se dijo y  le pagó la entrada a un hombre de grandes bigotes, con aspecto de fantoche, que atendía  en  una descolorida casilla de lata.
     Como nadie se acercó a reclamarle el comprobante de la entrada  metió éste en un bolsillo de sus pantalones desflecados  y empezó a recorrer el lugar. Todo era muy atractivo, pero los juegos no estaban todavía habilitados, es decir, no había nadie que  hiciera funcionar las máquinas.

      Maruja no tenía apuro y decidió  seguir  caminando. Las cascarillas secas de arroz que cubrían el suelo se le metían dentro de los zapatos pero  se los quitaba para sacudirlos sin sentir incomodidad alguna pues  no se  veía a nadie por ningún lado. Más tarde,  impaciente,  pensó  “Es hora de que algunos juegos empiecen  a funcionar” y cansada, se dejó caer  sobre un montículo alto de cascarillas. Desde allí,  vio un resplandor claro: era la  puerta entreabierta de una casilla de metal adornada con un gran dibujo de lagarto y que  tenía escrito con letras rojas:  “Bienvenido  al Túnel de los Espejos Rotos”. Maruja dio un salto. Siempre le gustaron los espejos. Este juego tenía las puertas abiertas y no requería el funcionamiento de máquina alguna. Excitada,  entró a un  largo túnel oscuro y silencioso. Sintió cierto temor, mas continuó avanzando. De pronto, al doblar en un angosto recodo ingresó a una sala que reflejaba haces luminosos de numerosos espejos que cubrían todo el recinto. Eran muchos y estaban quebrados aunque las piezas permanecían unidas. Parecían muy antiguos, se disponían en un  aparente desorden  pero eran precisos para reflejar la imagen de Maruja desde ángulos insospechados por ella. “Es divertido” pensó. Le gustaba  caminar y ver los trozos de su cuerpo que parecían desfasarse de un lado a otro, como si también estuviera roto. Tanto brillo y tantas figuras extrañas de su propia  imagen la agotaron y decidió salir. Pero  sólo encontró más espejos. Comenzó a girar de un lado a otro, buscando un  espacio abierto que la llevara  afuera. Sólo veía fugaces trozos  de sí misma,  de  su camisa rosa o de su largo pelo suelto que se agitaba  con   movimientos  exasperados. De pronto tropezó  con un espejo de cuerpo entero, sin rajaduras,  que le devolvió su imagen real, tal cual era. Maruja sintió un repentino alivio “Bueno,  aquí estoy” se dijo “Al menos, ésta soy yo”. Al  reconocerse tan nítida y normal, estiró una mano  para  acariciar su rostro en el espejo. No sintió el contacto frío y plano del vidrio sino un suave calor de mejilla húmeda y blanda. Asustada, retiró la mano y se quedó quieta. Un frío serpenteo le recorrió el cuerpo. Era miedo. Maruja, pensando que fue una errada percepción suya, acercó, esta vez la  mano a su propio rostro.  Horrorizada, lo sintió frío y plano, quiso  gritar pero la voz se atascó en sus labios  que parecían  emparedados  en un cristal. Lo intentó una y otra vez. No pudo hacerlo y tampoco fue capaz de  mover un solo músculo de  su cuerpo. Escuchó, a lo lejos, desde el otro extremo de la sala o tal vez desde el túnel oscuro, su propio grito, el que quería gritar. Era espeluznante. Sintió que la piel se le abría en numerosas escamas que  al caer al suelo, arrastraban, cada una de ellas, un trozo  de sí misma. Se quedó allí, muda e inmóvil hecha pedazos en el piso frío, apenas cubierto por algunas cascarillas de arroz secas y estáticas como ella.
     Al atardecer, los padres de Maruja la  vieron regresar. Les pareció que su hija era sólo una  fría imagen de la verdadera Maruja . Ya no reía ni hablaba. Tenía la piel cubierta por  cicatrices resquebrajadas y, a veces,  cuando ráfagas de viento norte acercaban   apagados  tañidos de campanas, lanzaba un grito pavoroso, que erizaba la piel de quienes lo oían. Entonces, en el  pueblo, se quebraban  todos  los espejos  y   caían los trozos al suelo como escamas secas y duras  de lagartos viejos.
                                                                                
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María Irma Betzel nació en 1957 en Goya, provincia de Corrientes, Rep. Argentina. Desde 1986 reside en Paraguay donde desarrolla su carrera literaria. Hija del escritor alemán-correntino Rodolfo Pablo Betzel (Premio Nac. Arturo Mejía, Buenos Aires, 1985).
Profesora en Biología (U.N.N.E.), Corrientes, Rep. Argentina, y Diplomada en Metodología de la Investigación Científica en la Universidad Iberoamericana (Paraguay).
Ha obtenido numerosos premios y menciones en concursos literarios.
Cuenta con varias antologías y obras individuales. Entre estas últimas se encuentran:
-   Savia bruta. Mención de Honor Concurso de Novela del Club Centenario (Primera edición: 1998).
-          Cuentos en fuga (2005).
-          Virusón. Novela infantil (Primera edición: 2006).
-          Los Mil y un Caminos. Cuentos. FUNDEC (2011).
-          Memorias de un viejo baúl. Fausto Editorial. Novela infanto-juvenil (2011).

Miembro del Taller Cuento Breve Hugo Rodríguez Alcalá, del Club del Libro Nº 1, de la S.E.P. (Sociedad de Escritores del Paraguay) y de E.P.A. (Escritoras Paraguayas Asociadas), cuya secretaría ejerce por tercera vez consecutiva. 
En este espacio incluiré textos de amigas y amigos que comparten conmigo el mismo amor, pasión y deslumbramiento por el fascinante mundo de las palabras.
A todos ellos, mi profundo agradecimiento por la valiosa colaboración que, sin duda, habrá de jerarquizar este blog.

Osvaldo Raúl Valli

Leopoldo Marechal : ¿caducidad o vigencia?


(o la relectura como posibilidad creadora a partir de la Autopsia de Creso)


                                                              “...Dice que la tierra del hombre se                  
                                                              ha oscurecido y es ya un espejo
                                                              turbio de la cara divina .Dice que la
                                                              tierra del hombre ya es un higo que
                                                              se pudre sin gloria en el árbol de la
                                                              negrura final”.
                                                                           L.M   : La batalla de José Luna 
      
  Cualquiera que haya tenido acceso a los escritos del autor de Adán Buenosayres, advierte que el proceso de construcción no fue ni armónico ni lineal .Al contrario, aparece signado por búsquedas de diferente índole de las que el mismo escritor se ocupara de dar cuenta en diferentes oportunidades:  desde aquel “sarampión de juventud” martinfierrista a los sucesivos “llamados al orden”, pasando por opciones a menudo de alto costo,   instancias de luces y momentos de sombras, pasos  de aprendizaje  en la vida y en el arte . Procesos formativos en suma, que fueron diseñando un perfil de intelectual  capacitado y abierto para discurrir sobre las variadas y complejas dimensiones de lo real. Nada le resultó ajeno, todo fue útil en el proceso de absorciones  y reabsorciones, marchas y contramarchas en la nunca terminada tarea de buscarse a sí mismo: la metafísica,  la teoría del  arte, la teología, la filosofía de la historia, la sociología, la política (amén de la ciencia alquímica y de ciertas incursiones por el esoterismo)
   No es el suyo, aunque resulte obvio reiterarlo, un discurso uniforme. Más  bien se diría y siguiendo una imagen cara a su cosmovisión, que tomó la forma espiralada en que cada vuelta sobre el eje central configura una dimensión superadora de lo anterior. ¿Cómo explicar si no su constante evolución desde formas elitistas de los comienzos, a posturas de clara filiación popular, su abandono de concepciones cerradas en lo religioso por miradas más abarcativas y ecuménicas, su apertura comprensiva a fenómenos políticos complejos (como fue el castrismo en los 60) a los que encontró compatibles   con su condición de  -usando sus propias palabras- de  “cristiano viejo y peronista”?

Marechal  en presente

A poco más de tres décadas de su partida y en el centenario de su nacimiento se hace necesaria  una relectura de su obra, sobre todo si atendemos a estas instancias en las que se habla  del fin de la historia y de las ideologías, con escasos relatos creíbles y utopías en descrédito, casi menudo vaciados de certezas y con las  alternativas sistémicas agotadas según manifiestan los augures del momento. Casi habría que concluir como se plantea, con un dejo de amargura, el filósofo mendocino Arturo Roig, en que  no hay salida fuera del proyecto neo liberal.  En este marco cultural  me pareció adecuado “conversar” con Leopoldo Marechal, escudriñar en algunas de sus páginas y confrontarlas con los discursos que circulan en esta época. Encontrar en ellas indicios significativos que nos permitan inferir que, más allá de las particulares condiciones de producción, circulación y recepción todavía dicen algo a nuestro horizonte de experiencias.  Y es aquí en este  lugar, en este espacio que legitima el acto de la  lectura desde donde puedo formular algunos interrogantes: ¿Qué posibilidades de elaboración actual poseen sus textos? ¿Cómo ubicar su sistema ideológico y su paradigma ético en este universo de pérdidas, fragmentarismos y disoluciones? ¿Qué supo intuir,  desde su situacionalidad histórica, sobre el orden mundial de neoliberalismo basado en el reino sin límites del mercado del dinero?  Finalmente: ¿Qué vigencia tienen hoy , desde la dimensión sociocultural aludida, los relatos que nos propone?. Es precisamente  este último interrogante el que va a permitir desplegar la temática central de esta ponencia.
  .No me refiero –valga la digresión- a los grandes relatos de la historia  (aunque algunos de ellos hayan enriquecido su visión de mundo). Esos relatos ya superados según agoreras voces, aquellos cuya muerte -al decir de Lyotard- ya nadie lamenta en las “sociedades desarrolladas”. Apunto –tensando al máximo la cuerda semántica del término- a los relatos que conforman un sistema entrecruzado de textos y experiencias, de lecturas y de  observaciones, de ensueños y certezas. Antiguos y al mismo tiempo vigentes, de identificable filiación y sin embargo releídos desde una visión personal. En todos los casos “funcionan” para sustentar el discurso ideológico del autor y para dar cuenta desde las diferentes dimensiones, filiaciones y procedencias, de las múltiples categorías de su pensamiento.


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Un llamado al futuro

En agosto del 69, a menos de un año de su muerte Marechal había advertido acerca de uno de los peligros extremos de la edad contemporánea: la atomización que conduce a la total soledad y a la conversión de  cada hombre en una  “unidad aritmética sin ningún valor esencial que la diferencia de otras unidades”. Aquella metáfora  del epígrafe (el “higo que se pudre sin gloria”) alude sin dudas a la dispersión y al olvido, propios de una época de “negrura final” cuya figura simbólica aparece representada por un personaje que es uno y es todos, posee  en la obra marechaliana  identidad corpórea  (Lombardi, Severo Arcángelo, Ramiro Salsamendi), pero primordialmente constituye en esencia una línea de fuerza, una energía “satánica”, subyacente en un estado social que lo padece y paradójicamente lo legitima
Quintaesencia del “hombre de hierro” este personaje en el canto VIII del “Adán” es Vaysa para luego transmutarse en Creso, “El Hombrecito  Económico alias el Rico, alias el Chancho Burgués, alias el estúpido Creso”. En los planes del Creador Creso estaba destinado  a producir riqueza y a distribuirla con equidad pero como es un estafador nato “se abrió de la cooperativa y administró el negocio por su cuenta.”. En  lo que hace a este trabajo Creso finalmente es el “protagonista” principal de la “Autopsia” que lleva su nombre, una especie de relato alegórico “pequeño ensayo” lo llama Marechal en algún momento)  y llegó a considerarlo su “testamento político”.
 ¿Quién es Creso hoy? ¿Qué forma ha tomado el Hombrecito en su particular juego de transformaciones? ¿Utiliza las mismas armas de “mistificación” y corrupción” que entreviera Marechal? ¿Es tan fácilmente tipificable en esta dimensión de realidad cuyo signo más evidente es la contradicción, la complejidad, la incertidumbre?
  Aquí llegamos al nudo de la cuestión: nuestro autor, pertrechado en su sistemas de creencias no sólo supo entrever lo que fermentaba en los complicados alambiques de la historia, sino que alcanzó a advertir las filtraciones que comenzaban a erosionar procesos e imágenes modélicas Quiero decir que al mismo tiempo que insinuaba que la tiranía de Creso “está llevando a los hombres no a la unidad por el amor sino a una suerte de atomización por el odio”, pudo conjeturar acerca de las mutaciones y metamorfosis que hicieran de la arrogancia dominante del sujeto capitalista de la modernidad, en una entidad de múltiples  unidades desintegradas y por ello más peligrosas. Creso-mercado inasible y ubicuo , omnipresente y descontrolado , objeto de metamorfosis que ha trocado  la insanable ridiculez del hombrecito en deidad sacrificial  que en un mismo acto atrapa y devora, seduce y margina, globaliza y fragmenta.
  En esta  vuelta de tuerca histórica signada por el neoliberalismo  y más que nunca regida por Creso-mercado, se ha ido instalando una nueva racionalidad,  una lógica renovada  que comienza a considerar como normal lo otrora  aberrante:  Neo Creso ya no roba como en su versión anterior “el tiempo del hombre”: en cambio cualitativo de impredecibles consecuencias escamotea la condición de hombre y crea una nueva clase: de los excluidos, marginados, desocupados.
. Neo Creso no sólo explota –como leemos en la Autopsia sino también   descarta, expulsa, excluye. La flamante versión del Hombrecito ha avanzado más aún: en su lógica perversa ha conseguido manipular nuestras mentes para  hacernos creer que lo aberrante es correcto y posible. ”Me apresuro a reconocer –había dicho Marechal- ...que los resortes astutos que obraron en su entronización deben imputarse a la línea de fuerza negativa o satánica que parece acelerar el descenso cíclico...” Esa línea de fuerza descendiente en la que Neo Creso acaba de auparse, ha operado –por un lado una suerte de  anestesiamiento social a partir del cual cualquier hecho (justo o injusto) es “explicado” y aceptado con determinismo: (“Hay que achicar presupuestos, dejar gente en la calle, bajar jubilaciones porque así lo impone el mercado” suena el slogan  aquí y allá sin distingo de banderías). Es sólo un simple ejemplo de algo patético esto es  nada más ni nada menos que la justicia social reducida a la eficacia del mercado, el hombre sometido a los vaivenes de fuerzas que los desbordan  y sin “enemigos” visibles y tangibles contra los cuales combatir. Neo Creso no da la cara o mejor dicho, se vale de una de sus múltiples caras para estimular la competencia (esa competencia capaz de exasperar las peores tendencias de la condición humana al decir de José Pablo Feinmann) y con ello facilitar  la destrucción de los ideales personales y la erosión sistemática de los sujetos colectivos.
 Pero hay algo más aún: Creso según Marechal, invadido por la sensualidad de la riqueza se sintió inclinado a cierta “mística de lo material” y con ello a convertir lo corpóreo en un dios y usufructuar ese dios en su propio y excluyente beneficio .En el reinado de NeoCreso  esa actitud idolátrica ha producido lo que algunos llaman la “trascendentalización del mercado”. Y esto llevaría a hablar sobre el verdadero sentido del bien y el mal, de la solidaridad y el cinismo. ¿Nos preguntamos por qué se habla de fe, creencias, dogmas y sacrificios cuando se hace referencia a una porción de realidad en la que estos valores se han resignificado de modo tan  opuesto?

Palabras (provisoriamente)  finales

   Marechal no fue ni sociólogo, ni economista, ni teólogo ni filósofo, y sin embargo  ninguna de estas facetas del conocimiento le fueron ajenos, más aún constituyeron la sustancia en base  a las cuales estructuró sus relatos. En su condición de creador fue sin dudas un hombre ocupado y pre-ocupado en las cuestiones que atañen a los otros hombres,  de aquellas que hablan de lo sagrado y de lo terrenal, de estilos de transitar la vida y de modos de asumir la muerte. Lejos del escritor autista que vive mirando su propio ombligo, todo su discurso constituye una búsqueda constante, un continuo viajar hacia la alteridad. O dicho en otras palabras la puesta en servicio de una actitud de vida hecha lenguaje que en vez de “cantar verdades” sirva de puente a ese “otro” para reconstruir en y desde el presente su propia dimensión de las cosas de este mundo.  Es sólo desde allí donde con más fuerza emerge  en toda su frescura y vigencia la sugestión siempre actual y siempre viva de su palabra.  
                                                                                                                                                                                  
Nota: El texto de  La autopsia de Creso utilizado forma parte del volumen Cuadernos de Navegación, Sudamericana, Buenos Aires, 1973.
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Osvaldo Raúl Valli. Profesor y Licenciado en Letras nacido en Santa Fe. Autor de Literatura, creación situada (Ediciones  Sudamérica, Santa Fe, 1992),  es responsable además de numerosos trabajos vinculados a la literatura desde diferentes perspectivas. En los últimos tiempos ha publicado en revistas y libros de diferentes lugares del país, diversos ensayos  orientados sobre todo  a construcciones teóricas  acerca de la problemática de  la cultura, enfocada en sus múltiples dimensiones.

lunes, 18 de julio de 2011

En este espacio incluiré textos de amigas y amigos que comparten conmigo el mismo amor, pasión y deslumbramiento por el fascinante mundo de las palabras.
A todos ellos, mi profundo agradecimiento por la valiosa colaboración que, sin duda, habrá de jerarquizar este blog.

Carlos A. Agú

I

Practicó infinidad de veces. Y lo logró. Se trasladaba en el espacio con sólo pensarlo. Pensaba: Ascochinga y ya estaba caminando en una de las calles de las serranías cordobesas. Pensaba: Niágara y estaba contemplando las cataratas.
Lo que no había desarrollado era la clarividencia. Esa tarde pensó: Luna. El aerolito, diminuto pero contundente, fue certero.

    II
Cacería

Era día de caza. Preparamos los arneses necesarios, no sin recelo. Debíamos ser rápidos y contundentes. La intemperie era malsana, entre otras cosas, por los hedores. Visualizamos la presa y en diez minutos estábamos celebrando.
Fuimos recibidos como siempre: aplausos y que se repita. Comimos hasta saciarnos. Guardamos el resto, ya cocido. No hay, en esta época, refrigeradores; no hay bosques, no hay animales ni aves y pocos insectos. Escasea el agua sana.
Debemos estar atentos, dijo el líder del grupo. En cualquier momento somos presa de alguien.

    III
Imagen

Estaba cansado de su rostro, de esa devolución del espejo todos los días. Quería cambiar. Que los otros, en la oficina, en el club, en la calle, lo vean diferente. Que el mismo se vea diferente. En la entrevista con el cirujano detallo, al mínimo, su inquietud. Cambiar el rostro. No es fácil, adujo el profesional; no es fácil, corrigió, para usted; para mí es sencillo. Pues, hagámoslo sencillo, dijo.
Roberto se miró al espejo y no se reconoció. Fue a los lugares habituales y no lo reconocieron. Fue ahí cuando se hizo la verdadera pregunta: ¿Quién soy?
Desde entonces se lo busca. Se sabe, como leve referencia de sospecha, que está perdido en un laberinto de espejos.
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Oscar A. Agú nació en 1947 en Hersilia y, actualmente, reside en Santo Tomé, provincia de Santa Fe. Profesor de Filosofía. Poeta y escritor. Es un autor que ha trascendido los límites provinciales y nacionales. Colabora con la revista El arca del Sur y otras publicaciones impresas y electrónicas. Trabajos suyos integran las antologías Silencio a cinco luces (1994),  Decantología (1995) y Mesa de Poetas (ASDE, 1997).
En forma individual publicó los libros de poesía: En encuentro, 1977; Desde el parque, 1985; Cadencias, 1986; Paisajes de luz, 1989; Disolución de límites, 1991; Crónica de una herencia, 1996.
 

En este espacio incluiré textos de amigas y amigos que comparten conmigo el mismo amor, pasión y deslumbramiento por el fascinante mundo de las palabras.
A todos ellos, mi profundo agradecimiento por la valiosa colaboración que, sin duda, habrá de jerarquizar este blog.
  
Guillermo Herzel

                                                       Militante


                                                                       “... Quien lleva la muerte adentro
                                                                    tiene una fuerza vital.
                                                                            Si el hombre busca lo inmenso,
                                                                          la muerte es inmensidad...”
                                                                                   Atahualpa Yupanqui


Beatriz buscaba, esa tarde, una explicación, y para eso, bajaba a la profundidad de aquellos ojos negros.
Veía en ellos -como si fuese una luz radiante- la certeza de los días por venir.
Frente a ella, Carlitos hablaba de un tiempo diferente.
Daba gusto escucharlo.
Sus palabras despertaban un deseo inmenso de hacer algo para que todo sucediera de inmediato, cuanto antes.
Beatriz había centrado su atención en los labios y en los ojos del pequeño hombre.
Al almacén, en tanto, entraba gente. La gente compraba y se iba, y ellos seguían con los pormenores de la historia que comenzaba a echar sus cimientos sobre la década del 70. Construían, palabra sobre palabra, el mundo que soñaban. La luz se hacía más y más nítida a medida que ganaban futuro.
Pero Beatriz quería una explicación a la conducta de aquella mañana, cuando se cruzaron en el centro de la ciudad. ¿Había sido otra persona o el mismo que ahora volvía a cautivarla, ajeno a la actividad del mercado?
En una de las esquinas de la plaza, la había ignorado, simulando no ver su mano agitada en festejado saludo.
La situación produjo en Beatriz una tristeza que no olvidó durante muchísimo tiempo.
Recién cuando la traición hizo evidente su sed de sangre inocente, cuando la feroz intolerancia no tuvo otro modo que la muerte para acallar los sueños que Carlos Davit compartía con muchos argentinos, recién entonces, Beatriz descubrió que lo de aquella mañana, en la plaza, había sido un modo tan infalible como doloroso de protegerla.  
                                        
                                     
El expediente


La conocía por su condición de autorizada representante de las letras de La Pampa.
Con el tiempo y por el hecho de asistir a lugares comunes, pudimos  relacionarnos, hasta que, sin darnos cuenta, comenzó a crecer entre nosotros una amistad con fundamento.
Teresa Pérez prologó mi primer libro y, junto a un nutrido contingente de escritores, viajó a Guatraché, para su presentación, en el Museo Histórico.
Vino con ella Guillermo Mareque, ese inolvidable músico y compositor, guitarra esencial de nuestra tierra.
Estaban perdidamente enamorados. Uno y otro. Después de la presentación pudimos regocijarnos con todo el arte que nacía de ese amor que se ofrendaban. Ella fue bello poema. Él honda milonga.
La delegación partió pero ellos se quedaron.
Pasaron, en Guatraché, el fin de semana.
Para nosotros quedó el recuerdo de una noche de duendes que, con el tiempo, se volvió palabras, texto: “Una guitarra, majestad de La Pampa”.
De aquello transcurrieron doce años. Guillermo, hace tiempo, anda dibujando en su guitarra los mejores rasgos que, desde otra mirada, descubre en su amada llanura. Podríamos decir que después de una década, murió en los brazos de Teresa.
Ella fue mujer y musa, compañera, autora preferida del compositor y mucho más. Por eso reclama para sí la jubilación de Guillermo, que le corresponde. Nadie duda.
Y en ese reclamo, junto a otros compañeros, fuimos testigos.
En esa condición llegué para dar mi testimonio y, de pronto, estuve frente a quien tomaba mi declaración y a un voluminoso expediente que elevaba quince centímetros de hojas sobre la mesa. Entre esas hojas ya amarillentas, aparecieron, como por arte de magia, aquellas palabras: “Una guitarra, majestad de La Pampa”
Quien preguntaba, me mostró el texto y consultó mi autoría.
Antes del primer renglón, podía leerse:
“Para T. P. y G. M.”
¿Cuál es el significado de estas letras?  me interrogaron.
Respondí .que ese texto estaba dedicado a Teresa Pérez y a Guillermo Mareque.
“¡Qué conste en la declaración!”, ordenó el abogado.

“Melodías que le llegaron en las alas de una paloma”
¿Qué es lo que usted quiere decir con esto?
Claro, que Guillermo pasaba por un momento de gran creatividad. Tenía necesidad de ponerle música a cada texto de Teresa. La poesía y su autora lo movilizaban como no le había sucedido nunca. Estaba terriblemente enamorado de ambas...
            El abogado dio, entonces, la segunda orden: “¡Qué conste en la declaración!”
           
           “Con la poesía le ha llegado un hada
            para que siga creciendo el amor
            sobre la carroza de su guitarra”
            Explíquenos este pasaje, me ordenaron.
Allí insisto con lo mismo: el hada, evidentemente, es Teresa. Es quien le provee la belleza de su poesía y de su amor, y esto lo traduce la guitarra, estimulada por un corazón enamorado.
            Es suficiente, dijeron mis interrogadores 
Salí de la oficina con una alegría indescriptible. Mi testimonio le había dado un mínimo empujoncito a la justicia y el eje había sido una poesía..., una poesía..., una poesía..., una poesía..., una poesía..., una poesía..., una poesía..., una poesía...

                                                                                                           
La hija del dictador


La hija del dictador vivía en una elegante casa, en los faldeos del cordón serrano.
Parecía ignorar lo peor de la historia de su padre.
En todo caso, se limitaba a gozar de la buena vida que éste dio a toda la familia, más allá de prolongadas ausencias, insoportable carácter y crisis de conducta en los últimos años.
Temas excluyentes, como desaparecidos, derechos humanos, terrorismo de estado, juicio y castigo..., no eran, en modo alguno, parte de su vida.
Vivía sin sobresaltos y sin más ambiciones que llevar y traer a sus niños de la escuela.
Nunca sospechó, siquiera, lo que sabían y pensaban de ella, muchos de los habitantes del pueblito cercano, al que todos los días viajaba dos veces, a la entrada y la salida de la escuela y, cada tanto, concurría por alguna compra o trámite.
Una mañana, algún desperfecto mecánico detuvo su automóvil.
El hombre, desde su jardín, la vio intentando hacerlo arrancar.
Volvieron, entonces, a pasar por su memoria herida, los recuerdos intactos del secuestro de su hermana a manos de un grupo de tareas.
La cara de la mujer que venía a su encuentro, tenía los rasgos de quien es causa y razón de una ausencia que continúa creciendo, de sus padres enfermos de tristeza y de su propia vida rota, empeñada en una búsqueda inútil.
Ni ella ni la familia que, con ella sigue disfrutando de la buena vida, supo jamás, por qué aquella tarde, ese hombre desconocido, se negó a ayudarla y la miró con tanto odio.
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Guillermo Herzel nació en 1943 en Guatraché, provincia de La Pampa. Docente de enseñanza media en su pueblo natal.  Miembro de la Asociación Pampeana de Escritores, de la fue presidente en los años 1993 y 1994.
Publicó, con el sello del Fondo Editorial Pampeano, su primer libro Nosotros y En el nombre de los padres, 1999.